Final de temporada 2017

Hace varios meses una amiga me dijo que había leído el último post que había publicado en ese momento (si no recuerdo mal era Los granjeros son los vencedores), y que aunque estaba okey… Bueno, no era uno de mis mejores textos. No recuerdo las palabras exactas que usó, pero hizo referencia a algo como “Quizás ahora que eres papá, has cambiado, tienes menos chispa”.

En ese momento sentí el comentario como nueve patadas en la cara. En parte porque no escribo para gustarle un poco a todo el mundo, sino que para gustarle mucho a unas pocas personas. Ella, entre esas personas. En ese momento sólo me encogí de hombros, y ya. Al menos era una actualización, ¿no?

¿No?

No.

Hace unos meses tuve bastante progreso con La Red Oscura, una novela de extensión media. Después de casi dos años avanzando a tropezones en Guerra Contra la Tierra (ambos nombres son tentativos), me di cuenta que es una historia mucho más extensa y compleja de lo que parecía al principio, y todavía no estoy listo para escribirla como quiero. Entonces me dediqué a La Red Oscura, y llegué a unas cien mil palabras. Pero en parte falta de tiempo y especialmente de energía, las sesiones de escritura se fueron espaciando más y más entre sí.

(Aunque dicen que no existe eso de “no tener tiempo”, sino que “no es prioridad”. Ese enfoque me ha ayudado a darme cuenta de ciertas excusas que suelo usar para autoengañarme).

Debido a un experimento de obtención de leads que se mostró especialmente exitoso, empecé hace alrededor de un mes a trabajar con mi amigo Félix en un libro electrónico relacionado a finanzas personales. Esbozamos unos capítulos, ordenamos algunas ideas y…

Es verdad. Estoy oxidado. Las palabras están en mi cabeza, pero no consigo hilar las ideas con estilo y gracia. Las frases suenan extrañas, lejanas. Como si las leyera un Loquendo.

Hoy, aprovechando una ventana de tiempo entre una reunión y otra, abrí el borrador de La Red Oscura. Aunque en mi cabeza está todo el arco argumental general, apenas pude escribir unas lineas. Cerré el notebook y me quedé sentado, bebiendo mi café a sorbitos y dejando que los minutos pasaran.

Por supuesto, mi nivel de escritura (comercial y creativa) en este nivel “oxidado” está muy por encima de lo que el promedio de las personas considera “bueno”. Por asuntos de trabajo suelo tener que lidiar con muchos artículos escritos por redactores -incluso periodistas en ejercicio- y por lo general lo que entregan es de una calidad muy inferior a lo que yo consideraría “malo” para mí mismo. Por supuesto, no todos escriben mal (incluso hay una chica que lo hace bastante bien), pero la mayoría es mediocre. Yo me avergonzaría de cobrar por un texto de tan mala calidad como muchos de los que me mandan.

Escribir, como dice nuestro buen amigo Stephen King, es un ejercicio. Tienes que hacerlo siempre. No sirve de nada ir al gimnasio una vez al mes y pasar cinco horas en la trotadora. Lo más probable es que termines con una lesión. Pero me carcome el perfeccionismo absurdo, en que si un contenido cualquiera no es “bueno” (potente, divertido, ácido, con una imagen representativa pero sutil), es mejor no publicarlo. Como un basquetbolista que deja de lanzar triples hasta estar seguro que va a encestar. La consecuencia no es que anote más, sino menos. Mucho menos, porque al final del partido no hizo ningún intento.

Esto es un subtítulo Ayer estaba conversando con mi mujer, tratando de arreglar ciertas asperezas en nuestra relación y cierta distancia que hay entre nosotros. Una de las ideas que vino a mi mente fue esa expresión “cuando era soltero y feliz“. Porque era muy feliz. Pero ¿era feliz porque estaba soltero? Bueno, salir con alguna chica de vez en cuando sin tener grandes compromisos es un relajo, pero no es en sí mismo fuente de felicidad (si fuese así, muchas personas sin pareja se sentirían mucho mejor de lo que se sienten en realidad). Era feliz ¿porque…?

Hacía rutinas ejercicio de alta intensidad (HIIT) cinco o seis días a la semana. Esto mantenía mis químicos cerebrales en un estado perpetuo de felicidad y satisfacción. Ese ejercicio constante (además de vivir solo, lo que casi siempre significa saltarse comidas) me hizo pasar de 105 a 80 kilos. Me veía y sentía bien. Las chicas me sonreían en la calle (en honor a la verdad, incluso me piropearon hombres un par de veces). Mi autoestima estaba muy alta. El trabajo estaba bien, así que no tenía deudas ni preocupaciones. Siempre tenía tiempo para ver a mis amigos. Leía mucho. Por eso era feliz. No es que necesitara grandes cosas. Ni mucho dinero (lo suficiente para pagar las cuentas).

Mi situación actual es otra. Recuperé el peso perdido, y aunque conseguí deshacerme de algo de esos kilos, me estanqué. Empecé a comer por ansiedad. El lado oscuro se asoma de cuando en cuando, listo para hacerse cargo de la situación. Perdí a la Gordita.

Y no puedo escribir.

No me caen muy bien los propósitos de Año Nuevo. Así que no haré ninguno. Ni siquiera el del año anterior (darle más tiempo a mis amigos).

Mi vida es ahora un loop infinito. Planificar casi nunca me resulta, así que simplemente voy a dejarme llevar por la corriente, ya veré donde me lleva.

Spiral out, keep going.